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lunes, 6 de abril de 2020

SINAGOGA DE SAMUEL HA - LEVI, O DEL TRÁNSITO


SINAGOGA DE SAMUEL HA-LEVI O DEL TRÁNSITO
La sinagoga de Samuel ha-Levi también conocida como del Tránsito la mando construir Samuel ha-Levi en Toledo, durante los años centrales del siglo XIV (1357-1363).


Es el único resto que queda de lo que fue un gran palacio, asentado a orillas del río Tajo, mandado construir por Samuel ha-Levi, consejero y tesorero de Pedro I de Castilla, durante los años centrales del siglo XIV (1357-1363). Según Las Siete Partidas redactadas en época de Alfonso X, no se podían construir sinagogas, pero el monarca castellano hizo la excepción como agradecimiento por el apoyo que recibió de los judíos toledanos, en su lucha contra Enrique de Trastámara.
Se edificó dentro de la judería, que se encontraba en la zona occidental de la ciudad. Constructivamente, nos hallamos ante un templo rectangular de planta de salón, en el muro sur aún pueden verse los huecos donde iban las vigas que sostenían la tribuna  donde las mujeres, separadas de los hombres, seguían la liturgia, ocultas tras celosías. Se cubre el interior con un artesonado de madera de alerce con incrustaciones en marfil. Los principales materiales que nos encontramos en el exterior son el ladrillo, que además de reforzar zonas del edificio, se emplea como elemento decorativo, y la mampostería. En el interior, además de madera, está el yeso de los atauriques, con restos de policromía y la cerámica del pavimento, algunas losas conservan el vidriado. Como motivos decorativos tenemos multitud de inscripciones, motivos geométricos y heráldicos. Las inscripciones tienen dos temáticas: las que ensalzan las figuras de Pedro ISamuel ha-Levi y del rabí don Mayr, su arquitecto; y las de carácter religioso.
En unas excavaciones realizadas a finales del siglo pasado, salieron a la luz los restos de unas estancias y aljibes que bien podrían ser parte de un complejo de baños (siglos XII-XIII), que fueron destruidos para la realización del edificio, se sabe que además se derribaron algunas casas circundantes. Samuel ha-Levi financió también la mikve que se levanta junto al edificio, para que se pudieran llevar a cabo los baños de purificación que prescribe el judaísmo.
Bajo el reinado de los Reyes Católicos, los judíos fueron perseguidos, tras su expulsión en 1492, el templo le fue cedido a la Orden de Calatrava, que situó allí su priorato de San Benito, sirviendo de Hospital y asilo para los caballeros de la Orden. En 1494 ya no funcionaba como sinagoga y su gran sala de oración se convirtió en templo cristiano donde se enterraron algunos caballeros calatravos.
En el siglo XVI se usaba sólo como iglesia, por lo que se tapió la Galería de Mujeres, pasando a ser la vivienda del capellán; se abrió una puerta monumental de acceso a la sacristía y un arcosolio donde se ubicó el altar principal; y en el lado oeste se realizó un coro de madera. En el siglo XVII, Juan Correa de Vivar, por encargo de un caballero calatravo, realizó un cuadro sobre el Tránsito de Nuestra Señora (hoy día en el Museo del Prado) para colocarlo bajo el arcosolio, de ahí que se conozca como sinagoga del Tránsito. En su lado norte se construyó un archivo para que albergara documentos de las órdenes militares de Calatrava y Alcántara (hoy son las tres primeras salas del Museo Sefardí).
El decaimiento de las órdenes militares y las guerras napoleónicas del siglo XVIII fueron el comienzo del fin del templo. Así que la desamortización de 1835  apenas la afectó. En 1877 es declarada Monumento Nacional, comenzando con ello una serie de obras que ayudaran a paliar el mal estado en que se encontraba. En 1964, se decide que la Sinagoga sea acondicionada para albergar el legado de la cultura hispano-judía y sefardí, quedando integrada dentro del Patrimonio Histórico Español.
Lo que es cierto, es que en este edificio se entremezclan las culturas que convivían en España en ese momento: la judía, la cristiana y la islámica, a la que debemos, en su mayoría, la influencia técnica y decorativa.


domingo, 29 de diciembre de 2019

LOS JUDÍOS DURANTE LA CRISIS BAJO MEDIEVAL


.LOS JUDÍOS DURANTE LA CRISI BAJO MEDIEVAL

Aunque no se puede hablar, realmente, de convivencia idílica entre cristianos y judíos durante gran parte de la Edad Media, no cabe duda de que, si comparamos con lo que ocurrió en la crisis bajomedieval, se puede considerar que durante los siglos XI y XIII los judíos vivieron en relativa paz en la reinos cristianos peninsulares. La mayoría de los judíos habitaban en las ciudades en  juderías o call. Tenían la condición de servi regis, es decir, dependientes de los reyes, los cuales tenían la obligación de protegerlos. Los judíos gozaban de autonomía administrativa y religiosa. Aunque sus actividades abarcaron el abanico de las que se daban en el Medievo, es cierto que destacaron en las ocupaciones artesanales y comerciales, así como en las de tipo intelectual y en la medicina. Algunos judíos se dedicaron a servir a los monarcas en sus cortes e instituciones. En el campo cultural su aportación a la denominada Escuela de Traductores de Toledo y al entorno del rey Alfonso X está considerada como muy importante. Judá Mosca fue un intelectual reconocido de aquel momento histórico.
Pero, a pesar de estos aspectos señalados sobre la convivencia pacífica entre cristianos y judíos,  siempre hubo una larvada corriente popular antijudía. Esta mentalidad tenía su origen en la consideración de los judíos como el pueblo deicida, así como en el recelo que muchos cristianos sentían por el enriquecimiento de un sector de los mismos, considerados como usureros. En Al-Andalus, por su parte, los judíos disfrutaron de una situación de relativa calma hasta la llegada de los almorávides y almogávares, procedentes del Norte de África y defensores de una visión muy rigurosa del Islam. Se produjeron  persecuciones que provocaron emigraciones hacia los reinos cristianos
El estallido de la persecución contra los judíos en los reinos cristianos estuvo en íntima relación con la crisis bajomedieval, convirtiéndose en verdaderos chivos expiatorios de muchos de los males que aquejaron a las sociedades medievales. Motines y levantamientos de campesinos, y de grupos populares urbanos derivaron, en muchas ocasiones, en asaltos a juderías y asesinatos de judíos. Pero, tampoco se puede obviar en el estudio de las causas de estas persecuciones la presión ejercida por el fanatismo de un conjunto de clérigos que enardecieron y empujaron a masas de cristianos contra sinagogas, haciendas y vidas.
En las primeras décadas del siglo XIV comenzó la violencia contra las juderías en el reino de Navarra, aumentando la tensión  con la llegada de la Peste Negra, a mediados de siglo. Fue el momento en el que se asaltaron muchas juderías de la Corona de Aragón. En Castilla, la persecución con los judíos se agudizó como consecuencia del enfrentamiento dinástico entre Pedro I y Enrique de Trastámara, ya que, éste lanzó duras soflamas contra los judíos en  su estrategia para ganarse el apoyo popular para destronar al rey.
Los ataques contra los judíos llegaron al paroxismo en el año 1391 cuando la violencia se desató en Sevilla. Para los historiadores es el momento clave que marca un punto de inflexión en la historia de la comunidad judía en España. El clérigo Fernán Martínez –arcediano de Écija- venía predicando de forma virulenta contra los judíos desde el año 1378, aunque la jerarquía eclesiástica intentó frenarle. El propio arzobispo de Toledo llamó la atención de Juan I sobre los excesos oratorios del clérigo, lo que motivó varias advertencias del rey. Pero el arcediano no se amilanó y siguió con su furibunda campaña contra los judíos, a pesar de que pesaba sobre él la amenaza de la excomunión. La suerte favoreció a Fernán Martínez porque al morir el arzobispo se convirtió en la máxima autoridad eclesiástica de Sevilla. Mandó derribar sinagogas y confiscar los libros de oración, además de seguir predicando contra los judíos. La primera furia popular estalló en enero de 1391 aunque las autoridades la reprimieron con decisión. Pero el Consejo de Regencia destituyó a estas autoridades y Fernán Martínez se sintió ya todopoderoso: el día 6 de junio lanzó a sus hombres contra la judería, se quemaron dos sinagogas, otras dos fueron convertidas en iglesias y fueron asesinadas unas cuatrocientas personas, aunque no es fácil determinar el número exacto de víctimas. Es evidente que el vacío de poder civil facilitó esta catástrofe.
La chispa encendida en Sevilla se propagó por todo el Valle del Guadalquivir y parte de la Meseta, así como amplias zonas de Aragón. Se calcula que pudieron morir unas cuatro mil personas, aproximadamente, además de los cuantiosos daños que sufrieron las juderías; algunas de ellas quedaron completamente arrasadas. La tercera consecuencia fue el gran número de conversiones para intentar salvar vidas y haciendas, mucho más que por convicción religiosa. Eran los conversos. Si nos atenemos a los números, y siempre con estimaciones, en 1390 habría unos 200.000 judíos en los reinos cristianos peninsulares. Pues bien, después de las persecuciones de finales de esa centuria, el número de judíos descendió a la mitad. El fenómeno de la conversión siguió produciéndose y, no cabe duda, que uno de los protagonistas en fomentarlo fue el dominico San Francisco Ferrer con sus predicaciones. Tanto las autoridades civiles como las eclesiásticas, aunque condenaron la violencia, vieron en esta situación una oportunidad para reducir el número de judíos y no pusieron objeciones a las conversiones. Los conversos pasaron a convertirse ser un problema político, social y religioso que tendrá mucho que ver con el establecimiento posterior de la Inquisición, y que se agudizaría en la época moderna.
Cuando la violencia física desapareció fue sustituida por la violencia legal. En 1405 se prohibió la usura judía. Las leyes de Ayllón de 1412, en las que influyó Ferrer, supusieron un hecho decisivo en relación con la discriminación de los judíos. Se estableció que, tanto moros como judíos, debían estar estrictamente encerrados, se abolió la autonomía judicial de las aljamas, se estipuló una lista de oficios cuyo ejercicio quedaba prohibido para los judíos (médicos, boticarios, herradores, tundidores, carniceros, peleteros, zapateros), se prohibió el uso del tratamiento de “don” y se les obligó a lucir barba y pelo largo para ser fácilmente identificados, así como llevar una rodela roja cosida en su ropa que, además, debía ser modesta, sin lujos. El objetivo de esta política no era otro que el hacer la vida muy difícil a los judíos para que se convirtieran.
Por otro lado, desde la Iglesia se organizaron debates teológicos para combatir la religión judía. La más famosa de estas controversias fue la conocida como Disputa de Tortosa, debate público que se celebró entre 1413 y 1414 en dicha ciudad catalana, con el objetivo de intentar convencer a los judíos de sus supuestos errores. Fue promovida por un converso, Jerónimo de Santa Fe, médico del papa Benedicto XIII, que participó en la misma. No fue un debate libre porque los rabinos participantes tenían que tener mucho cuidado en sus alegatos si no querían caer en la acusación de injuria y se les pusieron muchas trabas. Aún así, los rabinos intentaron defender sus posiciones, pero el papa decidió suspender las sesiones porque, realmente, lo que se pretendía era que los judíos admitiesen y confesasen públicamente sus errores.
En el siglo XV el antijudaísmo se dirige hacia los judeoconversos, llamados “cristianos nuevos” por los “cristianos viejos” que se consideran a sí mismos como los verdaderos cristianos. Así cuando en Castilla entre 1449 y 1474 se vivió un período de dificultades económicas y de crisis política (especialmente durante la guerra civil del reinado de Enrique IV) estallaron revueltas populares contra los conversos, de las que la primera y más importante fue la que tuvo lugar en 1449 en Toledo, durante la cual se aprobó una Sentencia-Estatuto que prohibía el acceso a los cargos municipales de nigún confesso del linaje de los judíos –un antecedente de los estatutos de limpieza de sangre del siglo siguiente-.
Para justificar los ataques a los conversos se afirma que éstos son falsos cristianos y que en realidad siguen practicando a escondidas la religión judía. Sin embargo, los conversos que judaizaban, según Joseph Pérez, eran una minoría aunque relativamente importante.​ Lo mismo afirma Henry Kamen que además señala que cuando se acusaba a un converso de judaizar, en muchas ocasiones las “pruebas” que se aportaban eran en realidad elementos culturales propios de su ascendencia judía –como considerar el sábado, no el domingo, como el día de descanso-, o la falta de conocimiento de la nueva fe –como no saber el credo o comer carne en Cuaresma-.​
Cuando en 1474 accede al trono Isabel I de Castilla, casada con el heredero de la Corona de Aragón, el futuro Fernando II de Aragón, el criptojudaísmo no se castigaba, “no, por cierto, por tolerancia o indiferencia, sino porque se carecía de instrumentos jurídicos apropiados para caracterizar este tipo de delito”. Por eso cuando deciden afrontar el “problema converso” se dirigen al papa Sixto IV para que les autorice a nombrar inquisidores en sus reinos, lo que el pontífice les concede por la bula Exigit sincerae devotionis del 1 de noviembre de 1478.​ “Con la creación del tribunal de la Inquisición dispondrán las autoridades del instrumento y de los medios de investigación adecuados”. Según Joseph Pérez, Fernando e Isabel “estaban convencidos de que la Inquisición obligaría a los conversos a integrarse definitivamente: el día en que todos los nuevos cristianos renunciaran al judaísmo nada les distinguiría ya de los otros miembros del cuerpo social”.

viernes, 27 de septiembre de 2019

LOS JUDÍOS EN AL-ANDALUS ENTRE LA TOLERANCIA Y LA PRESECUCIÓN


LOS JUDÍOS EN AL-ÁNDALUS ENTRE LA TOLERANCIA Y LA PERSECUCIÓN

Por Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea
La situación de los judíos con la llegada de los musulmanes a la península Ibérica mejoró claramente en relación con la que padecían con en el reino visigodo, cuestión que debe tenerse en cuenta a la hora de explicar el apoyo que dispensaron a los invasores. Los judíos vieron reconocido el derecho al libre ejercicio de su culto, y conservaron sus comunidades en los lugares donde estaban asentados, destacando su presencia en Córdoba, por ejemplo. Vivían en barrios propios y separados de la población musulmana con sus sinagogas, aunque debían solicitar un permiso para levantarlas, con sus propias leyes y autoridades, como el basi, que representaba a la comunidad judía de un lugar ante las autoridades musulmanas. Los judíos, como los mozárabes, debían pagar impuestos territoriales –jarach- y personales, la chizya.
Los judíos fomentaron el desarrollo cultural y científico en Al-Ándalus, en las épocas de tolerancia. La medicina andalusí debe mucho a los judíos. Por otro lado, es indiscutible el florecimiento de la cultura sefardita con ejemplos como los del médico y rabino Maimónides o Bahya Paquda, que escribió una obra fundamental de la mística judía popular hasta el siglo XIX.
En general, la convivencia en Al-Ándalus las tres religiones fue tensa, con épocas de intolerancia y otras de mayor tolerancia. La época de las taifas fue bastante favorable para los judíos, aunque también se dieron algunos episodios de persecución religiosa, como el acontecido en Granada en 1066. La situación de relativa tolerancia cambió a partir del siglo XII con la llegada de almorávides y almohades, pueblos del norte de África que intentaron frenar el avance cristiano sobre las taifas musulmanas, y que se caracterizaban por una interpretación muy rigurosa de la religión islámica frente a lo que se venía haciendo en Al-Ándalus. Este rigorismo afectó a los mozárabes y a los judíos. Las alternativas para estos colectivos pasaban por la conversión al Islam o la emigración hacia los reinos cristianos. Ese fue el caso del mencionado Maimónides que tuvo que emigrar ante el fanatismo almohade.
En el reino nazarí de Granada los judíos estuvieron obligados a llevar signos especiales en su vestimenta para diferenciarlos, principalmente un gorro amarillo frente al tradicional turbante del resto de la población. Pero los nazaríes debieron ser bastante tolerantes con los judíos. Cuando estalló la oleada antijudía en 1391 en Castilla muchos judíos emigraron a Granada, provocando un enriquecimiento demográfico, profesional y económico. Pero tampoco debemos exagerar el número de judíos en el reino de Granada, ya que debía ser poco más de un millar en vísperas de la entrega de la Alhambra a los Reyes Católicos en enero de 1492.
Así pues, estamos hablando de una historia con largas épocas de tolerancia con otras de intransigencia y persecución. Es difícil saber dónde vivían mejor, si en los reinos cristianos o en Al-Ándalus. La periódica intolerancia hizo que bascularan entre los dos territorios.

LOS SEFARDÍES


LOS SEFARDÍES
Fernando Franco
Los judíos que vivieron en los reinos cristianos de la península Ibérica, al igual que los que vivían en zonas musulmanas, sufrieron grandes persecuciones, pero también vivieron largos periodos de prosperidad y tolerancia, tanto bajo la protección de los reyes cristianos como de los taifas musulmanes.
Los judíos españoles fueron a menudo queridos por los monarcas, no precisamente por un amor desinteresado, sino debido a los grandes beneficios que aportaban a las coronas bajo las cuales buscaban protección. Se establecía entonces una relación simbiótica entre la autoridad real y las aljamas. Las comunidades judías servían para repoblar territorios que, tras los avances militares, quedaban baldíos, también aportaban dinero y consejeros al rey, médicos, mercaderes y otros profesionales cualificados a la comunidad, que hacían florecer la economía allí donde se asentaban.
El año 1492 es una fecha fatídica para los judíos españoles, establecidos en nuestra Península muy probablemente desde el año 73 d.C., aunque hay quien afirma que se produjeron los primeros asentamientos tras la primera dispersión realizada por Nabucodonosor II, rey de Babilonia, en el año 587 a.C.
Conversión o expulsión no había otra opción. Algunos abrazaron a Cristo, muchos optaron por el exilio, según el historiador judío Yitzak Baer alrededor de 170.000 sefardíes marcharon en amarga procesión atravesando los reinos de España, que no había cristiano que no hubiese dolor de ellos -nos dice el cura Bernáldez en sus crónicas- en dirección a los puertos marítimos y hacia Portugal, de donde serían expulsados a su vez poco tiempo después.
En los puertos embarcaron hacia el norte de África y los territorios orientales del Imperio Otomano; más tarde se asentaron en Francia, Holanda, Inglaterra, Italia, los Balcanes y otros países europeos.
Los sefardíes adquirieron especial renombre por sus logros intelectuales en el contexto de la cultura judía, baste mencionar a R. Moshe ben Maimón, más conocido como Maimónides o también por sus iniciales: Ramban. Lo podemos considerar como el más grande pensador judío de la Edad Media. Controvertido, levantó pasiones opuestas entre sus seguidores y sus adversarios. La contribución de Maimónides a la evolución del judaísmo le proporcionó el sobrenombre de segundo Moisés. Su gran obra en el campo de la legislación judía es el Mishneh Torah, desarrollada en 14 libros y escrita en hebreo (1170-1180), que siguió modificando hasta su muerte. Además, formuló los Trece artículos de fe, uno de los diversos credos a los que numerosos judíos ortodoxos todavía se adhieren. Está reconocido como el filósofo judío más importante de la edad media.
También se caracterizan los sefardíes por su tradicional lengua vernácula, el ladino, y por su fidelidad a la práctica ritual de la tradición babilónica, en contraposición a las tradiciones palestinas y la lengua yiddish conservadas por los askenazis.
Actualmente los sefardíes suponen un 60% de la población judía en el mundo, entre la que cabe destacar la comunidad establecida en Marruecos y las de las ciudades españolas del norte de África Ceuta y Melilla.
Para saber más puede consultar:



LOS SEFARDÍES: UNA HISTORIA REAL Y UNA IDENTIDAD ELUSIVA


LOS SEFARDÍES: UNA HISTORIA REAL Y UNA IDENTIDAD ELUSIVA
Los sefardíes son descendientes de los judíos que vivieron en la Península Ibérica antes de la expulsión de 1492. El nombre procede del término sefarad
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Los sefardíes son descendientes de los judíos que vivieron en la Península Ibérica antes de la expulsión de 1492. El nombre procede del término geográfico sefarad de incierta identificación que aparece en el libro profético de Abdías (1:20). A partir del siglo II d.C., los judíos españoles identificaron 'Sefarad' con la Península Ibérica y empezaron a referirse a sí mismos como judíos sefardíes.
Algunos relatos legendarios sugieren que la presencia judía en la Península Ibérica se remonta al período del rey Salomón (siglo X a.C.) o a la dispersión judía tras la destrucción del Primer Templo en 586 a.C. Sin embargo los judíos llegaron a ella junto con las legiones romanas y su presencia aumentó como resultado de la conquista de Judea y destrucción del Segundo Templo, que incluía el Muro de las Lamentaciones, a manos del general romano Tito en 70 d.C. En la Carta a los Romanos el apóstol Pablo corrobora dicha presencia al indicar su deseo de viajar a España para continuar con su misión evangelizadora allí (Romanos 15, 23-28). Como es sabido, el apóstol predicaba el Evangelio en las sinagogas locales, lo que sugeriría una presencia judía relativamente importante en España hacia el año 58 d.C.
La conversión de los visigodos al catolicismo en 586 d.C. marca un período de intolerancia, persecución, conversiones forzosas, expulsiones y emigración para los judíos. Por el contrario, el período que empieza en 711 d. C. con la invasión musulmana fue de tolerancia y continuó hasta el fin de los reinos de taifas en 1086. El islam otorgaba un estatus especial a cristianos y judíos como miembros de comunidades religiosas que habían recibido revelaciones auténticas de Alá (dimmies en árabe). En contraste con los cristianos que tuvieron grandes dificultades para adaptarse al dominio musulmán, al haber sido el grupo gobernante antes de la invasión, los judíos se adaptaron perfectamente a la nueva situación asimilándose a la cultura musulmana e integrándose en ella sin perder sus señas de identidad. Muestras de la influencia árabe en la cultura judía incluyen la adopción del árabe en la escritura comunal; la aparición por primera vez en la historia judía de poesía en hebreo de tema secular en imitación de modelos similares en árabe y el descubrimiento de la naturaleza triconsonántica del hebreo al aplicarle estudios de gramática árabe. El proceso culminó con lo que se ha dado en llamar la 'edad de oro' de la cultura judía en la Península Ibérica entre los siglos XI y XII cuyos máximos representantes fueron el estadista, visir y poeta Samuel Ha-Nagid; los poetas y filósofos Salomón ibn Gabirol Yehuda Halevi; el exégeta, poeta y filósofo Abraham ibn Ezra y el medico, talmudista y filósofo Maimónides.
En la España cristiana, los judíos tuvieron un papel muy importante en las sucesivas escuelas de traductores de Toledo. Muchos de los colaboradores de Alfonso X eran judíosDurante los siglos XII y XIII, los reinos cristianos toleraron a los judíos que eran portadores de la cultura árabe superior por su dominio del idioma y fuerte asimilación. A partir de 1250 solo el Reino de Granada quedó en manos musulmanas. En la España cristiana, los judíos se convirtieron en intermediarios entre las dos culturas y tuvieron un papel muy importante en las sucesivas escuelas de traductores de Toledo. Toda la sabiduría del mundo clásico que se había perdido en Occidente con motivo de las invasiones bárbaras se tradujo del árabe al latín (siglo XII) y posteriormente al castellano (siglo XIII) bajo la dirección de Alfonso X el Sabio. Muchos de los colaboradores de Alfonso X eran judíos. Estos sirvieron también de administradores, colectores de impuestos y médicos. La alta concentración de judíos en estos campos se debía a que los gremios que controlaban la mayoría de las profesiones admitían solo a cristianos.
En el siglo XIV el antisemitismo y la intransigencia crecieron progresivamente entre los cristianos. La peste negra (se acusó a los judíos de envenenar los pozos de agua) y la guerra civil entre Pedro I y su medio hermano Enrique de Trastámara hicieron que el antisemitismo aumentara rápidamente. El punto de no retorno en las relaciones entre cristianos y judíos se produjo en 1391 cuando las juderías de Castilla y Aragón fueron saqueadas e incendiadas. Los judíos tuvieron que elegir entre la conversión forzosa o la muerte. Miles de ellos murieron y miles se convirtieron para salvar sus vidas. Las comunidades judías en la Península nunca se recuperaron por completo. Otra consecuencia de esta revuelta antijudía o pogromo fue el surgimiento de los conversos o cristianos nuevos, una nueva clase social. La imposibilidad de separar a este nuevo grupo de conversos de aquellos que no se habían convertido llevó a los reyes católicos a establecer la Inquisición, institución dedicada a la supresión de la herejía en el seno de la Iglesia Católica, en 1478. La Inquisición como tal no tenía autoridad sobre los judíos que no se habían convertido. Finalmente, la imposibilidad de separar los dos grupos hizo que los Reyes Católicos emitieran en marzo de 1492 el edicto de expulsión de los judíos poniendo fin de esta manera a 1500 años de presencia judía en la Península Ibérica.
Dicho decreto ordena la salida definitiva de los judíos en el plazo de cuatro meses. Algunos decidieron convertirse al cristianismo para evitar la expulsión y otros muchos, tal vez unos 200.000, fueron al exilio. Inicialmente Portugal y el reino de Navarra acogieron a los sefardíes, de donde fueron expulsados en 1497 y 1498 respectivamente. De Portugal fueron al norte de Europa (Inglaterra y Flandes) y los de Navarra se instalaron en Bayona. La diáspora sefardí, en sucesivas etapas (siglos XV-XVII), se estableció en el norte de África (Fez, Orán, Túnez, Alejandría); el Oriente Próximo (Gaza, Jerusalén, Tiberias, Safed, Acre, Damasco y Beirut); Italia (Génova, Pisa, Florencia, Ferrara, Venecia, Padua, Roma, Nápoles); los Balcanes y el Imperio Otomano, donde gozaron de una gran prosperidad (Atenas, Salónica, Belgrado y Constantinopla); el norte y centro de Europa (Londres, Rouen, París, Róterdam, Ámsterdan, Hamburgo, Cracovia, Viena, Budapest) y finalmente las Américas. Durante el siglo XVII la presencia en Ámsterdam de marranos (conversos que judaizaban ocultamente) procedentes de Portugal fue muy importante. El filósofo sefardí Spinoza fue uno de ellos. La presencia sefardí en los Estados Unidos se remonta a 1654, cuando 23 judíos sefardíes llegaron a la colonia holandesa de Nueva Ámsterdam (hoy Nueva York) huyendo de las autoridades portuguesas de Recife en un navío de bandera francesa. Allí establecieron la primera sinagoga en Estados Unidos, la Congregación Shearit Israel, conocida popularmente como la Sinagoga Española y Portuguesa de Nueva York, que sigue en funcionamiento.
Durante la Edad Media los judíos de España formaban una comunidad muy numerosa, tal vez el 50% del total mundial. En la actualidad solo un 10% de los judíos es de origen sefardíDurante la Edad Media (1000-1492) los judíos de España formaban una comunidad muy numerosa, tal vez el 50% del total de la población judía mundial. Sin embargo a partir de la segunda mitad del siglo XVII su importancia empezó a decrecer. En la actualidad solo un 10% de los judíos es de origen sefardí. La población judía mundial antes del Holocausto era de unos 16,5 millones, de los que 15 millones eran de origen askenazí o centroeuropeo y solo 1,5 millones eran sefardíes o pertenecientes a otras comunidades no askenazíes. El declive numérico llevó a un declive intelectual y cultural. Benjamín Disraeli (1804-1881), el primer jefe de gobierno judío en la historia del Reino Unido, y el financiero Moses Montefiori (1784-1881) eran de origen sefardí.
Según estimaciones, menos del 3% de los judíos exterminados durante el Holocausto (entre 160.000 y 200.000) eran de origen sefardí, lo que representa el 44% de dicha población en Europa. Durante la Segunda Guerra Mundial las comunidades sefardíes europeas en Holanda, Italia y los Balcanes fueron aniquiladas. El 98% de la población judía de Salónica (más de 48.000 personas), que constituía el epicentro de la cultura sefardí, fue exterminado. Solo los 50.000 judíos de Bulgaria, la mayoría de ellos de origen sefardí, se salvaron como consecuencia de la negativa de su gobierno a deportar a los judíos de nacionalidad búlgara. La población sefardí actual puede alcanzar 1,2 millones (la cifra de 3,5 millones ofrecida en algunos medios puede incluir descendientes de conversos).
La lengua de los judíos sefardíes es el judeoespañol, ladino o djudezmo. Se trata de un fósil lingüístico más próximo al castellano de El Quijote que al español actual. El ladino incluye numerosas aportaciones del hebreo, turco, griego y otras lenguas con las que los judíos sefardíes entraron en contacto. Hoy en día, el ladino es una lengua en franco retroceso. Se habla entre comunidades judías de Israel, Turquía, Bosnia y Herzegovina, Grecia, Macedonia, Israel, Bulgaria y Marruecos. La producción literaria en ladino incluye traducciones y comentarios bíblicos y literatura popular en la forma de baladas (el romancero).
La liturgia sefardí difiere de la askenazí en pequeñas variaciones en la celebración de la Pascua y la fiesta de Sukkot o de los Tabernáculos, la estructura de la sinagoga y el servicio sinagogal y las plegarias en el mismo que incluyen composiciones de los poetas españoles Yehuda HaleviMoses ibn Ezra Salomón ibn Gabirol. También hay diferencias en la pronunciación del texto litúrgico hebreo y en una serie de términos litúrgicos.
En el judaísmo actual existen dos grandes grupos. Se trata de los sefardíes y los askenazíes, que copan los puestos de liderazgo en Israel, Estados Unidos y otros países con comunidades judías numerosas e influyentesLa identidad sefardí es difusa y difícil de determinar. En el judaísmo actual existen dos grandes grupos a los que ya se ha hecho referencia de paso más arriba. Se trata de los sefardíes y los askenazíes, que copan los puestos de liderazgo en Israel, Estados Unidos y otros países con comunidades judías numerosas e influyentes. Sin embargo, la clasificación en estos dos grupos no es satisfactoria ya que el término 'sefardí' se usa para designar a todos los judíos que no son de origen centroeuropeo o askenazí. Existen numerosas comunidades que proceden del Oriente Próximo y en especial de países árabes que no tienen relación alguna con España. La confusion se remonta al Mandato Británico (1917-1948), cuando se estableció un rabinato dual askenazí-sefardí. De manera que todas las comunidades orientales o mizrajíes pasaron a estar representadas por las autoridades rabínicas sefardíes. Así se creó una confusión semántica en torno al término 'sefardim', que pasó a designar comunidades de muy diferente origen. Esta confusión pudo deberse a que todas esas comunidades con la excepción de los judíos yemeníes que se mantuvieron aislados hasta el siglo XX seguían (y siguen) la liturgia sefardí. El rabinato dual siguió con el establecimiento del Estado de Israel. Debido a movimientos migratorios masivos y a una alta tasa de natalidad, las comunidades judías de origen oriental experimentaron un gran crecimiento en Israel durante la segunda mitad del siglo XX, mientras que solo una minoría de los inmigrantes no askenazíes, aquellos procedentes de Bulgaria, Grecia, Turquía, Egipto y el Magreb, son realmente sefardíes, es decir, descendientes de judíos españoles y portugueses cuya lengua vernácula es el ladino.
De manera que se podría decir que hay una serie de elementos que conforman la identidad sefardí. Entre los más relevantes serían los de tipo geográfico (su origen en la Península Ibérica), lingüístico (el uso del ladino en todas sus variantes) y folclórico (el uso de antiguos proverbios y melodías y canciones de España y Portugal). Elementos más difusos de esa identidad podrían encontrarse en juegos de niños tales como el 'Castillo' y en platos típicos de la cocina ibérica tales como el 'pastel' o 'pastelico', una especie de pastel de carne, y el 'pan de España' o 'pan de León', un bizcocho que se come en Pascua.
A lo anterior habría que añadir otros elementos más difusos de carácter psicológico y social: los judíos sefardíes, como es sabido, son tanto aquellos que viven en un gran número de países como aquellos cuyas familias han permanecido en Israel por muchas generaciones. Un sentimiento unificador que comparten es el pérdida y añoranza de Sefarad.
Una exigua minoría de sefardíes que estuviera en condiciones de trazar documentalmente su ascendencia podría demostrar su origen sefardí desde un punto de vista legal. Sin embargo, la identidad sefardí abarca eso y mucho más. Tiene que ver con factores psicológicos y socialesLa tradición española considera como apellidos propios de los judíos aquellos de carácter toponímico (Ávila, Córdoba, Franco, Lugo,…); que designan profesiones (Guerrero, Barbero, Cubero, Zapatero, Ferrer, Ballesteros,…) o aquellos que toman una cualidad física o psíquica (Cano, Moreno, Pardo, Rubio…). Sin embargo es muy difícil atribuir en exclusiva un apellido de estas características a una determinada religión. Muchos apellidos sefardíes están asociados con personas y familias cristianas. Y lo que es más, a menudo los judíos sefardíes utilizan nombres de origen hebreo o árabe que no existen en la Península Ibérica. Finalmente, después de 1492 muchos marranos cambiaron sus apellidos para ocultar su origen judío y evitar persecuciones. Era práctica común adoptar el nombre de la iglesia en la que fueron bautizados (Santa Cruz, Santamaría) o la palabra 'Mesías' (Salvador) o incluso el apellido del cristiano viejo que los apadrinaba (Mendoza, de la Caballería…).
Abraham B. Yehoshua, el renombrado escritor israelí de origen sefardí, en su artículo Beyond Folklore: The Identity of Sephardic Jew, sugiere que la identidad sefardí contiene tres componentes: cristiano, musulmán y judío. Estos tres elementos estarían mezclados de forma inseparable en el recuerdo de una asombrosa simbiosis cultural. La identidad sefardí estaría relacionada con la inclusión del 'Otro' incluso cuando éste ha desaparecido y ha quedado olvidado y constituiría algo así como un 'gen cultural'. Según Yehoshúa, esta melancolía o nostalgia por 'el Otro' aun cuando ya no está presente se habría transmitido de generación en generación por cientos de años y habría hecho que los sefardíes fueran más tolerantes en comparación con los judíos askenazíes.
Una exigua minoría de sefardíes que estuviera en condiciones de trazar documentalmente su ascendencia podría demostrar de forma irrefutable su origen sefardí desde un punto de vista legal. Sin embargo, la identidad sefardí abarca eso y mucho más. Tiene que ver con factores psicológicos y sociales como los identificados en el artículo de Yehoshua. Dichos factores no son por definición intangibles y no se pueden probar documentalmente.
Durante la Edad Media, la Península Ibérica fue el centro intelectual de Occidente y atrajo a estudiosos, filósofos y poetas de todos los rincones del mundo entonces conocido. La atracción se basó en la existencia de una cultura superior (la musulmana) y una lingua franca (el árabe), junto con un interés genuino por el saber y un espíritu de tolerancia. Es precisamente eso lo que los sefardíes añoran y la razón de su sentimiento de pérdida.
De manera que el mejor tributo que se puede hacer a los sefardíes es el de educar al pueblo español sobre el bagaje cultural que más de un milenio de vida judía en Sefarad dejó en la Península. La creación de centros de una cátedra de estudios sefardíes contribuiría en gran medida a resarcir el agravio que se cometió hace más de quinientos años con los judíos españoles.
Martín Corral es profesor titular de Historia en Suffolk University-Madrid Campus
El confidencial

EL RICO LEGADO DE LOS JUDIOS SEFARDÍES EN LA ESPAÑA MUSULMANA


EL RICO LEGADO DE LOS JUDÍOS SEFARDÍES EN LA ESPAÑA MUSULMANA



Fuente: United with Israel

Los judíos sefardíes de la España musulmana trajeron al mundo a algunos de los mejores intelectuales y pensadores del mundo en toda la historia judía.
Después de que los judíos fueron expulsados de Israel en el año 70 EC, el viaje les llevó por todo el mundo, incluyendo España. Los judíos sefardíes de la España musulmana, conocida como Al Ándalus, experimentaron una edad de oro en la segunda mitad del siglo VIII hasta finales del siglo XI. Esta edad de oro trajo al mundo a algunos de los más grandes filósofos, escritores, poetas, científicos, y médicos judíos. Además, durante ese período de tiempo, los judíos prosperaron en la esfera política, llegando a la cumbre del poder en las cortes musulmanas españolas durante una época en la que los judíos que vivían bajo dominio cristiano fueron perseguidos sistemáticamente. Las contribuciones a la civilización mundial producidos por los judíos de Al Ándalus eran tan importantes que influyen en nosotros hasta esta fecha.
El cronista medieval judío, Abraham Ibn Daud, dice que el Renacimiento judío de Al Ándalus se puede resumir en las biografías de dos individuos, Hasday Ibn Sharput y Shmuel Ha-Nagid. Hasday Ibn Shaprut primero llamó la atención de los tribunales musulmanes españoles por descubrir un antídoto para venenos que también era eficaz contra la ictericia, mordeduras de serpientes, la impotencia y la peste. Como resultado de este descubrimiento, se convirtió en toda una figura política prominente en Al Ándalus, ya que desde antes del descubrimiento de ese antídoto para el veneno muchos príncipes musulmanes habían sido víctimas de diversas intrigas del harén. Hasday fue puesto a cargo de las negociaciones de más alto nivel con la participación del gobierno musulmán y las potencias extranjeras.
Shmuel Ha-Nagid era un talentoso poeta hebreo, comentarista bíblico y filósofo judío de Al Ándalus. Tan importante era su figura que muchos piensan que era descendiente de los antiguos héroes de Israel en el Tanaj, ya que de sus poemas se puede llegar a deducir. Su poesía es única en el sentido de que él era uno de los pocos judíos medievales que escribía poemas de guerra sobre la base de sus propias experiencias personales.
Otra gran figura judía sefardí de notario es Yehudá Ha-Levi, un médico de la corte, respetado líder comunitario judía, poeta y filósofo. Su poesía se refirió al anhelo judío de Jerusalén. Según Jane Gerber, autor de Los Judíos de España: una historia de la Experiencia sefardí, “los temas del exilio y de la redención son fundamentales para la poesía judía, alcanzando nuevas cotas de expresión poética en las obras de la Edad de Oro de España”. Una de las grandes obras de Ha-Levi, sin embargo, fue su libro El Kuzari, que es una historia de ficción que habla sobre la corrección de las creencias judías en comparación con la filosofía griega, el islam y el cristianismo a través de la decisión de los jázaros de convertirse al judaísmo.
Yehuda Ha-Levi, Shmuel Ha-Nagid y Hasday ibn Shaprut no eran más que tres de los muchos grandes intelectuales sefardíes de la época dorada de España. Otras grandes figuras incluyen el poeta Salomón Ibn Gabirol, que a los 16 años compuso un poema de 400 versos que establece las reglas de la gramática hebrea y, por supuesto, Maimónides, que concilia la religión judía con la lógica de la filosofía griega y cuyos escritos todavía son ampliamente estudiados hoy . Lamentablemente, esta hermosa civilización que promovió tal rica cultura fue destruida en última instancia por los fundamentalismos religiosos, tanto musulmanes como cristianos.
Esta edad de oro terminó cuando los almohades islámicos fanáticos del norte de África se apoderaron de España y no toleraron la práctica religiosa ni cultural de los judíos, ni tampoco los fundamentalistas cristianos que obtuvieron el poder tras la caída de los almohades. Al final, después de la conquista cristiana de España, a los judíos se les dio la opción de la expulsión, la conversión o la muerte. Muchos judíos sefardíes terminaron migrando al Imperio Otomano, otros prefirieron morir antes de que se tuvieran que convertir, mientras que otros muchos prefirieron continuar practicando la religión judía en secreto, a pesar de la amenaza de la Inquisición española.


domingo, 8 de septiembre de 2019

LA EDAD DE ORO DE LA GRANADA JUDÍA (SIGLO XI)


LA EDAD DE ORO DE LA GRANADA JUDÍA (SIGLO XI)

En el siglo X se conocía con el nombre de Granada un asentamiento urbano de pequeña importancia, ubicado en los cerros que encauzan el Darro y habitado fundamentalmente por judíos. Puede ser que se tratara de una ciudad de judíos, como conocemos el caso de Lucena. En los agitados comienzos del siglo XI, una dinastía bereber, la de los ziríes, establecerá en ella la capitalidad de su reino, trasladando allí a los habitantes de Elvira, la antigua capital de la cora. Es ése el momento fundacional de Granada: a partir de entonces la ciudad mantuvo un proceso constante de crecimiento y no hubo más sobresaltos. De ahí que muchos autores árabes hablen de Granada como una fundación reciente. EN TÉRMINOS GENERALES, la desintegración del califato y la atomización política de al-Andalus en el siglo XI fue favorable a los judíos. Fue éste el siglo de los cortesanos judíos en las cortes de taifas y entre todas las comunidades judías, destaca la de Granada. LA HISTORIA de ascenso y caída de los judíos de Granada es un buen ejemplo (“un ejemplo de libro”) de las características de la vida judía en la Diáspora: una minoría indefensa que se refugia en la protección de los poderosos y paga por ella, convirtiéndose en activos agentes del poder. Ese acercamiento al poder tiene, en un plazo más o menos largo, consecuencias nefastas para la comunidad que ha osado salir de la situación de inferioridad que, de acuerdo con su estatuto de infieles, le está reservada. JUNTO A LA UTILIDAD que para los ziríes tenía una población judía numerosa, en el desarrollo y florecimiento de la comunidad de Granada se une otro factor: la labor de una figura excepcional e irrepetible, la del judío Samuel (Abu Ibrahim) ben Yosef ibn Nagrella ha-Naguid (993-1055). Conocemos bastante bien su biografía. Nació en Córdoba, aunque su familia, de pretendido origen levítico, era originaria de Mérida. En Córdoba estudió con Rabí Hanok y alcanzó una muy completa formación en cultura hebrea y árabe. Debido a los disturbios de la época, abandonó Córdoba instalándose finalmente en Málaga, donde abrió una tienda y se dedicó al comercio de especias. Si hemos de creer la leyenda que nos relata Abraham Ibn Daud, fue en Málaga donde empezó a cambiar su suerte: allí destacó como calígrafo en árabe y llamó la atención de los servidores del visir de Habus, Abul-Qasim ibn al-Arif. Éste se interesó por la persona que había escrito cartas tan admirables y, tras un viaje a sus posesiones en Málaga, se lo llevó a la corte como su secretario, dando comienzo así una carrera ascendente en tiempos de Habus (1025-1038) que culmina durante el reinado de su sucesor Badis (1038-1077). Muchos cortesanos judíos gozaron de la consideración de reyes musulmanes, pero ninguno como Semuel ibn Nagrella: como hombre de confianza alcanzó oficialmente el más alto cargo de la corte (visir). ADIFERENCIA de otros cortesanos judíos, sobre Semuel ibn Nagrella tenemos abundantes testimonios tanto de autores musulmanes como judíosy todos coinciden en destacar sus cualidades. Prueba de su carácter excepcional son testimonios como los del historiador Ibn Hayyán al Qurtubi (m. 1076), recogido en al-Ihata de Ibn alJatib: “Este maldito judío era un hombre superior, aunque Dios no le informó sobre la verdadera religión. Poseía amplios conocimientos y toleraba la conducta insolente con paciencia. Combinaba un carácter sólido y sabio con un espíritu lúcido y un trato educado y amistoso. Dotado de una exquisita cortesía, era capaz de aprovechar cualquier circunstancia para halagar a sus enemigos y apaciguar su odio con una conducta afable. Era un hombre extraordinario. Escribía en ambas lenguas, árabe y hebreo. Conocía la literatura de los dos pueblos. Penetró profundamente en los principios de la lengua árabe y estaba familiarizado con las obras de los gramáticos más sutiles. Hablaba y escribía árabe clásico con la mayor facilidad, empleando esta lengua en las cartas que redactaba en nombre de su rey. Utilizaba las fórmulas islámicas habituales, las eulogías de Dios y de Muhammad, nuestro Profeta, y recomendaba a los destinatarios de sus epístolas que vivieran de acuerdo con el Islam. En resumen, podría pensarse que sus cartas estaban escritas por un musulmán piadoso. Descolló en las ciencias de los antiguos, en matemáticas y astronomía, y también en el terreno de la lógica poseía amplios conocimientos. En dialéctica superaba a sus adversarios. A pesar de la vitalidad de su espítiru, hablaba poco y reflexionaba mucho. Reunió una hermosa biblioteca”. ASÍ PUES, como visir al servicio del rey zirí, los musulmanes de Granada no podían tener queja del judío Semuel. Aunque en su juventud había tenido una disputa teológica con Ibn Hazm, ahora en su madurez distinguía perfectamente el ámbito privado de su judaísmo y su puesto oficial como visir de un reino musulmán. POR OTRA PARTE, aunque es posible que los viejos linajes judíos granadinos vieran con cierto recelo el ascenso de un advenedizo como ibn Nagrella, éste no dio motivos de queja y todos los autores judíos, tanto contemporáneos como posteriores, lo retratan de manera muy positiva. No sucedió con él lo que suele ser motivo de queja

Fuente: José Ramón AYASO MARTÍNEZ

miércoles, 4 de septiembre de 2019

LOS TEXTOS SAGRADOS (LA TORAH Y EL TAMUD) Y LA QABBALAH


LOS TEXTOS SAGRADOS (LA TORAH Y EL TALMUD) Y LA QABBALAH




Amuleto cabalístico 
El pueblo judío vive según los preceptos que se recogen en la ley que Dios les da: la Torah. Su contenido es el conjunto de preceptos, instrucciones, mandamientos u obligaciones que Dios otorga a su pueblo y que se contienen en el Antiguo Testamento, especialmente en el Pentateuco (el Génesis, el Exódo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio) o lo que es lo mismo los cinco primeros libros de la Biblia identificados con Moisés, por lo que comúnmente se habla también de Ley Mosaica. Después los sabios judíos realizaron comentarios e interpretaciones de la Torah que ayudaban al pueblo hebreo a organizar su vida desde todos los puntos de vista imaginables (social, económico, jurídico, político, vida privada, higiene, etc.). Estos preceptos que en un principio fueron de carácter oral fueron fijados por escrito en una primera parte (la Mishnah) a lo largo de un extenso período que llega hasta el siglo ii de nuestra era, y cuya última redacción se cree que fue realizada por Rabí Yehuda ha-Nasí. La segunda parte (la Guemará), en gran medida conjunto de comentarios de la primera, se configura entre los siglos tercero y cuarto de nuestra era por los eruditos hebreos (amoraim). La unión de ambas partes (Mishnah y Guemará) formalizan la columna vertebral del Talmud, que cuenta con dos versiones la realizada por las escuelas rabínicas de Babilonia y Palestina. Se conocerá con el nombre de Talmud Tora a las escuelas rabínicas donde se estudia y enseña la Ley.
En España y en Francia tuvo gran desarrollo otro libro conocido como la Qabbalah. Aunque su significado se ha distorsionado con el tiempo y casi se utiliza como sinónimo de prácticas astrológicas y supersticiosas, su origen es muy distinto. Debemos remitirnos al siglo xi cuando su contenido era la interpretación de la Torah con un sentido místico alegórico, frente a la lectura literal que de ella se hacía en el Talmud, y por ello su influencia en la mística y la literatura ha sido muy importante. Aunque a partir del siglo xiii hubo un sector interpretativo de la Qabbalah poco serio que desembocó en un verdadero fraude, por otra parte hubo lecturas interpretativas de carácter matemático que atribuían a las letras de las palabras un valor numérico al no existir en hebreo cifras numéricas como en el latín o en el árabe. Otros análisis explicativos utilizaban las letras de las palabras como iniciales de otras que a su vez formalizan frases, o simplemente cambiaban el orden de las letras para crear nuevas palabras. Cómo es lógico pensadores racionalistas de la talla de Maimónides criticaron y vieron con desconfianza semejantes lecturas que rayaban en lo esotérico, lo mágico y lo oculto.

José Ramón AYASO MARTÍNEZ